La historia de David Jorquera cuando hizo un barco de papel
Trabajo escrito en el año 1987
LA HISTORIA DE DAVID JORQUERA CUANDO HIZO UN BARQUITO DE PAPEL
David estaba parado sobre uno de los tantos puentes que cruzan aquel casi río, que atravesaba toda la ciudad.
En verdad era poca la cantidad de agua que pasaba bajo esos puentes; aún era pleno invierno y todos recordaban desbordes que había tenido años atrás ese afluente cordillerano. David muchas veces había dicho, respecto a él mismo,”ha pasado tanta agua bajo los puentes de mi existencia” y aquel que debía llevar el elemento vital estaba casi seco (contradicción, lógica vital).
Encendió un cigarrillo y se dejó arrastrar por las tenues volutas de humo, mirando hacia el horizonte (que en este caso no era la línea pareja y perdida en la lejanía con la que se asocia este concepto), este horizonte eran los barrios obrero – poblacionales donde él vivía; quedaban más allá de los antiguos barrios industriales. En esos sectores él tenía todo lo que podía desear: amigos – camaradas – bohemios todos, un proyecto de hermandad (casi una cofradía) y una mujer que, sin correspondencia, le acaparaba sus sentimientos (contradicción, lógica vital).
Tenía colgado de su hombro derecho una mochila azul de correas negras, donde comúnmente llevaba libros, diarios atrasados u otro material de lectura. En sus manos tenía una agenda de años anteriores, pero que usaba como si fuese de siempre. En ella se encontraban anotaciones y escritos o trabajos literarios, más algunos mensajes escritos por algunas de las pocas personas que tenían acceso a este artículo; también tenía entre sus manos un libro (“El descubrimiento de América que todavía no fue”, Eduardo Galeano, Editorial Laia, 1986) que en su página 57, respecto al exilio, decía “tiene una cara negra y una cara roja”; David pensaba que no sólo el exilio era así, más bien toda la vida tenía esas características, aunque las cosas no siempre salieran como uno se las proponía, pero al final toda la existencia (con sus venturas y desventuras, con sus penas y alegrías) era así, negra y roja, o viceversa que sonaba mejor.
David encendió otro cigarrillo, fumaba demasiado y lo sabía, su garganta estaba reseca y sus dedos amarillos, algunos pelos de su incipiente barba tenían un tinte colorín y más de alguien le había hecho saber que esto era producto de la nicotina, lo mismo que la costra café que cubría parte de su dentadura de mestizo, con la mandíbula superior levemente más grande que la inferior.
El suave viento, pero que era algo más que una brisa, daba la sensación de un día de primavera, las chimeneas –a lo lejos- denunciaban la actividad laboral, con sus negras bocanadas de humo, que iban rasgando, partiendo el cielo.
Allí, en el puente, David hurgó en su agenda y extrajo una hoja suelta; recordando su infancia, con un rápido juego de manos hizo un barquito de papel y lo soltó en dirección al agua.
Mientras el artefacto surcaba el aire en la búsqueda del elemento vital; en la ciudad los periódicos golpeaban con sus letras rojas al que venía despertando; un jarrón de té esperaba tras una ventanilla; una pequeña cogía una pluma que dejó al emprender el vuelo una paloma y la soplaba para que alcanzara en pleno vuelo a sus compañeras plumas; en la ciudad, el sol regaló unos segundos de calor y el viento entregó unos instantes de quietud, los árboles y los pastos y los curiosos se acercaron a las orillas del río, algunos notoriamente y otros en forma disimula, pero todos igualmente ávidos de felicidad.
El agua extendió un manto materno.
Cuando el frágil barco de papel tocó el agua, David, como único creador y arquitecto de esta obra, sentenció: “navegarás hasta donde tengas que navegar”, pero en ese preciso instante algo le hizo notar que aquella figura de papel no podía partir sin un nombre, el mundo exige identificación, entonces miró el trozo de papel sobrante y reconoció un tipo de letra que le era muy particular y especial, comprendió que el artefacto estaba hecho con lo que había sido un mensaje escrito para él. Miró las aguas y su quietud y dijo: “te llamarás...” y pronunció el nombre de la mujer por la que tanto sentía y que además era la autora del mensaje que había dado cuerpo a aquel artefacto lleno de reminiscencias.
Entonces, sólo entonces, el agua recuperó su movimiento.
Aunque el tiempo transcurrido durante la acción del bautizo no había sido más que de algunos segundos, para todos los presentes y ausentes pareció una eternidad.
El viento volvió a soplar, Zeus sonrió, todo fue normal.
David encendió otro cigarrillo, miró su sombra y comenzó a caminar. Sin habérselo propuesto era un poeta y tras él sonaban los bocinazos de la ciudad.
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