miércoles, abril 11, 2007

UN CUENTO DESDE EL MARGEN

La vida es un eterno círculo en el que por ende hay historias que se repiten. La entrega de hoy está relacionada con sucesos vividos en los lindes de la marginalidad y se han respetado los códigos lingüísticos del entorno en que se desenvuelven los cuadros que la componen.

Aunque siempre he pensado que las obras se explican por sí mismas, he caído en detallar aspectos de la presente para que haya claridad en el contexto…

El tema es “Angelitos Negros” en la versión de Los Olimareños…


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1

¡Corre conchetumadre, corre! Le gritaba yo al “mono” cuando el viejo culia’o nos pilló adentro de la bodega.

Sí, así le gritaba yo: ¡corre conchetumadre, corre!, pero la verdad es que le gritaba, pero pa’ dentro, porque si no el viejo me pillaba a mi también. Yo andaba descarga’o, viste que no habían fierros pa’ hacer la pega (pa’ mi que los hueones se cagaron con la hueas).

Quién iba a pensar que el viejo culia’o andaba carga’o, si la huea se veía fácil, quién lo iba a pensar… capaz que nos hayan sapea’o, pero quién sería el maricón.

Y aquí estamos pos compadre, velando al “mono”, que era el tercero de mis siete cabros. Se lo juro compadrito que si hubiese sabi’o lo que iba a pasar habría grita’o, pero pa’ fuera, pero nunca se me hubiese ocurri’o que el viejo que el viejo le iba a pegar el tunazo al “monito”.

Putas la vida pa’ culi’a compadre, no sabe la pena que tengo, pero como decía el taita González: “a lo hecho, pecho”.

Sírvame otro vasito de vino por favor compadrito, que mañana hay que salir a hacer las mone’as pa’ mandarle a hacer una lápida bonita a mi huacho… y salud por el “monito”.

Gracias por escucharme socio, compadrito… putas que lo quiero.




2




La mala cue’a la mía. Justo cuando se suponía que la hue’a iba a salir bonita, me tenía que pasar a mí. Yo que salí re contento a hacer el trabajito con el viejo de mi taita, ahora estoy aquí en un cajón y no sé por qué veo todo. Veo a mi viejo conversando con mi padrino, tomándose un vinito, como siempre, y yo tieso como palo; mi mamá arrodillada, llorando como lloran las viejas no más cuando se les muere un hijo (ya lo había visto cuando murió mi primo; lo mataron los “ratis” cuando andaba carga’o con unos fierros pa’l guatón de Santa Rosa).

Mala cue’a la mía, pero por lo menos mi taita libró bien, porque si le hubiese pasa’o a él no sé qué habría pasa’o con mis hermanos, si a las finales igual el viejo para la olla con esta gueas.

Sentí algo caliente entrando por la espalda y de ahí a caer de hocico al suelo fue una pura guea, pero ya fue nomás. Ahora lloran todos, pero parece que ya es tarde.




3




De arriba, de abajo, de cualquier lado la vida se ve pareja, sobre todo cuando se está dentro de la cancha jugando el partido, minuto a minuto.

El muerto ya está muerto desde que se corta el hilo de la vida misma. Padre, hijo, espíritu santo, esta santa trilogía repetida en todas las culturas es el diario parte del juego de vivir.

De cualquier lado la vida es la misma para los pobres, la pelea por el pan implica sacrificios a veces mayores, lo que implica dar la vida por lo mínimo; entonces cada despertar trae la lucha por el día que sigue.

En el ataúd descansa un cuerpo, un pensamiento, una razón; en la calle de la vida siguen vagando los que quedan después del partido.

Mañana una historia volverá a repetirse por los siglos de los siglos…

Amén

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