lunes, abril 13, 2009

UNA HISTORIA DE ANIMALES ...



(A La Loba y Cristobal, hij@s de América)

En la persona de estos dos, aún pequeños seres, y para tod@s l@s hij@s de mis amig@s y compañer@s, tod@s hij@s de América al fin y al cabo...


Días atrás paseando por la orilla del río escuché esta historia, cuando el ratón Ernesto, que la había escuchado de labios de doña María Polilla, la contaba al gorrión Matías.

Sucede que hace muchos años atrás, tantos como contar los dedos de las manos de todos los niños y las niñas del mundo, las polillas vivían muy tranquilas, volando de noche (como ellas y los murciélagos saben hacerlo), buscando el alimento y la paz que suelen tener los animalitos a las orillas de los ríos y lagos llenos de bichitos y pececitos. En eso estaban cuando llegó el hombre y levantó primero pueblos y luego ciudades; las polillas y todos pensaron que ésto sería por un corto tiempo, ellos pensaron que el hombre luego se marcharía; pero qué equivocados estaban.

Las polillas estuvieron algún tiempo tranquilas, pero como los animalitos y los bichitos son muy precavidos, escondieron los huevos que contenían las larvas de las polillitas que aún no nacían, y lo hicieron en lugares muy camuflados, ya que habían escuchado a los demás habitantes del lugar reclamar muy dolidos porque los hijos e hijas de los hombres, los niños y las niñas, trepaban hasta las ramas más altas de los árboles para desarmar los nidos de los pajarillos. El hombre mismo atacaba sin descanso a la familia de don Juan Conejo, sólo por nombrar a algunos; así como ellos, todos se quejaban por igual y por diferentes motivos.

Pero llego el buen día en que los animales decidieron organizarse y don Jorge Búho (que era el más sabio y además sabía escribir) puso en un árbol un cartel que decía: “Se llama a todos los animales del bosque a una reunión, hoy al caer el sol, donde dobla el río. Tema a tratar: el daño hecho por el hombre”. Los animalitos que sabían leer explicaban a los que no lo sabían qué decía el letrero aquel. Y esa tarde, al caer el sol, allí donde dobla el río, se lleno de animales, grandes y chicos, gordos y flacos. Claro que no estaban todos, faltaba, por ejemplo, el perro (que ya se había hecho amigo del hombre) y que al igual que la familia del gato ya vivía en los patios de las casas y a veces comían de la misma comida que los hombres.

Las luciérnagas pusieron la luz, algunos pececitos curiosos sacaban su cabeza del agua para escuchar lo discutido en la reunión. Los animales discutieron hasta el amanecer, mientras don Felipe Castor anotaba todo, porque era el secretario, y don Mario Zorro daba la palabra al que quisiera hablar (él era el presidente de la asamblea). Cuando terminó la reunión, don Felipe leyó las conclusiones a que se habían llegado, y que eran éstas: cada familia de animales debería elegir cinco de sus miembros, para componer una caravana que buscaría un nuevo lugar donde vivir todos en paz; las familias de las polillas y los murciélagos pondrían, por común acuerdo, la cantidad de componentes que requiriera esta expedición, que partiría en quince días más. Las polillas y los murciélagos irían adelante porque sabían volar de noche, las luciérnagas alumbrarían el camino al resto. El viaje lo harían de noche porque se habían dado cuenta que en esas horas el hombre prefería descansar, salvo los que las emprendían contra las familias de don Juan Conejo y las señoritas Liebres. Cuando don Felipe Castor terminó de leer todos los animalitos aplaudieron y lanzaron vivas y hurras, y todos muy contentos se fueron a sus casas porque el sol ya había salido.

Cuando llegó la noche que estaban esperando, todas las familias fueron a dejar a los que partían. Se veían muy lindos y las mujeres les habían hecho bolsos de viajes, muy parecidos a las mochilas que usaban las hijas e hijos de los hombres, las habían hecho con las hojas que habían donado las plantas más resistentes. Como se había acordado las polillas y los murciélagos partieron adelante, la caravana era muy grande, las luces de las luciérnagas parecían inmensos focos que alumbraban hasta donde se perdía la luz. Las novias de los valientes y los novios de las valientes (porque también habían mujeres) les despedían con besos y pañuelos blancos; los que se quedaban debían resistir la acción del hombre.

Esa noche los hombres estaban muy nerviosos y en sus casas se veía mucho movimiento.

Cuando partieron los viajeros, todos los demás se fueron a sus casas. Cuando todos estaban muy dormidos, sonaron truenos y carreras, pero nadie salió a mirar, estaban muy asustados, pero pensaron que los viajeros ya estaban muy lejos.

Pasaron noches y más noches y muchas más, y hasta ahora los valientes y las valientes no vuelven. Algunos animalitos han aprendido a defenderse o a esconderse muy bien del hombre. Por eso las polillas le comen la ropa a las personas, para ver sí acaso desnudo éste decide irse o aprende a respetar a quienes comparten con ellos el mismo territorio.

Los animalitos, eso sí, no pierden las esperanzas del regreso, por eso al caer la noche las polillas chocan contra las ampolletas, y los conejos (cuando los alumbra el foco del cazador) se quedan quietos, porque creen que son los viajeros que regresan.

Cuando el ratón Ernesto terminó de contar la historia, se fue abrazado con el gorrión Matías, cantando divertidas canciones llenas de esperanzas por el destino de los que no están, pero que algún día volverán.



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